Baruch Spinoza (1632-1670)

martes, 26 de junio de 2012


Ética III, geométrica y al compás del 2X4


Laura Martín




El espíritu que anima el pensamiento ético-metafísico de Spinoza, tal como queda planteado en la Ética, lejos está de asemejarse al temple de la música del tango. Mientras que la propuesta spinoziana se caracteriza por ser una filosofía de la vida, de la alegría, de la libertad, de la felicidad; la serie de temáticas que suele abordar el tango encuentra en general su fuente de inspiración en la muerte, el odio, la nostalgia, la burla, el desamor. El tango, en palabras de Enrique Santos Discépolo es “un pensamiento triste que se baila”. O, como claramente ilustra Ernesto Sábato “un napolitano que baila la tarantela lo hace para divertirse; el porteño que se baila un tango -en cambio- lo hace para meditar en su suerte (que generalmente es grela) o para redondear malos pensamientos sobre la estructura general de la existencia humana”1.


Spinoza podría haber tenido una visión pesimista del mundo si atendemos en especial a los acontecimientos poco felices que enmarcaron su infancia y su juventud2. Pero cierra su Ética exclamando que, a diferencia del ignaro que vive zarandeado por las causas exteriores, el sabio por ser “consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas (…) siempre posee el contento del ánimo” (EV, 42, esc)3.


Sin embargo, a pesar de lo dicho, considero que varias de las proposiciones que completan la tercera parte de la Ética bien podrían conformar todas juntas las estrofas de un tango. O mejor a la inversa, un tango cualquiera podría ser leído con la guía de un mapa trazado hace ya más de trescientos años: Ética III. La extrapolación es concedida por el propio Spinoza puesto que “la naturaleza es siempre la misma” y “son siempre las mismas, las leyes y reglas naturales según las cuales ocurren las cosas” (EIII, prefacio).


Al llegar puntualmente a la proposición 38 de esta parte, un tango en especial ha resonado fuertemente en mi cabeza. Ese tango es Rencor escrito por el poeta y cineasta Luis César Amadori en el año 1932. Y esta proposición dice: “Si alguien comenzara a odiar una cosa amada, de tal modo que su amor quede enteramente suprimido, por esa causa la odiará más que si nunca la hubiera amado, y con odio tanto mayor cuanto mayor haya sido antes su amor” (EIII, 38). El análisis de esta obra desde la óptica spinoziana quizás conduzca, o bien a verificar la adecuación de un orden geométrico al estudio de las pasiones humanas, o bien permita al menos sospechar que Amadori se ha inspirado en Ética III para componer su Rencor.


El tango comienza así:


Rencor, mi viejo rencor, dejáme olvidar la cobarde traición.
¡No ves que no puedo más, que ya me he secao de tanto llorar!
Dejá que viva otra vez y olvide el dolor que ayer me cacheteó...
Rencor, yo quiero volver a ser lo que fui... Yo quiero vivir...



El cuerpo humano -nos dice el filósofo- puede padecer muchas mutaciones, sin dejar por ello de retener las impresiones o huellas de los objetos, y, por consiguiente, las imágenes mismas de las cosas”4. El rencor en este caso es generado por el recuerdo o la imagen de algo que ha afectado al cantor en el pasado, provocando una disminución de su potencia. Y a pesar de que el alma se esfuerza cuanto puede en imaginar las cosas que aumentan o favorecen la potencia de obrar del cuerpo (EIII, 12), él no puede dejar de recordar esa afección, que le produce un sentimiento triste, puesto que una huella sigue presente en su cuerpo. De ahí que una cosa pretérita afecte con la misma intensidad que una presente (EIII, 18). Sin embargo, el grito del final “yo quiero vivir” es la expresión palpable del conatus, del esfuerzo de cada cosa por perseverar en el ser (EIII, 6).


Ahora bien, la traición (cobarde) refleja una actitud de odio contra él, por tanto, siguiendo a Spinoza, este afecto deberá generar en nuestro hombre un odio recíproco.


La siguiente estrofa dice:


Este odio maldito que llevo en las venas me amarga la vida como una condena.
El mal que me han hecho es herida abierta que me inunda el pecho de rabia y de hiel.
La odian mis ojos porque la miraron.
Mis labios la odian porque la besaron.
La odio con toda la fuerza de mi alma
y es tan fuerte mi odio como fue mi amor.



Pues bien, como adelanté, el rencor se identifica con el odio. Aquello que ayer nuestro hombre amó intensamente, hoy odia con la misma intensidad. “El odio -según define el filósofo- es la tristeza acompañada por la idea de una causa exterior”5. Y puesto que “cualquier cosa puede ser, por accidente, causa de alegría, tristeza o deseo”6, la causa es aquí una mujer. Como vimos, según la mecánica de los afectos, construida sobre la mecánica de los cuerpos, la cosa afectante deja en el hombre una huella, que en este caso es semejante a una herida, que por permanecer abierta continúa causandole tristeza. Y este odio, es decir, la tristeza que amarga su vida, se ha vuelto una condena, una incapacidad de obrar, una disminución de su potencia. No sólo esta huella sino la misma idea o imagen de su propia impotencia es lo que entristece al cantor (EIII, 55).


Por otro lado, sabemos por Ética II, que el cuerpo humano está compuesto de muchísimos individuos de diversa naturaleza (EII, Lema 3). Según el relato, el objeto exterior -la dama- ha chocado contra varias de esas partes constitutivas del individuo (sus labios, sus ojos) dejando en cada una de esas partes la imagen de su afección, causándole así antiguo placer, hoy dolor; mientras que, considerado este hombre en su conjunto, el placer de ayer fue regocijo y el dolor de hoy melancolía.



El tango continúa de este modo:


Rencor, mi viejo rencor, no quiero vivir esta pena sin fin...
Si ya me has muerto una vez ¿por qué llevaré la muerte en mi ser?
Ya sé que no tiene perdón... Ya sé que fue vil y fue cruel su traición...
Por eso, viejo rencor, dejáme vivir por lo que sufrí.




La traición es el hecho que provoca que se comience a odiar aquello que se amaba, con odio tan potente como ha sido el amor. La misma mecánica de choque entre los cuerpos puede provocar que por accidente los hombres alteren su sentimientos y pasen de amar a alguien a traicionarlo.


Luego de estas primeras estrofas en las cuales el poeta dedica sus versos al rencor, al odio, a la tristeza, el protagonista del tango emprende un esfuerzo por imaginar lo que aumenta o favorece la potencia de obrar de su cuerpo. Y puesto que se alegra aquel que imagina que aquello que odia se destruye (EIII, 20) o que es afectado de tristeza (EIII, 23), cambia el tono de su voz, frunce el ceño, levanta la mirada, y dice:


Dios quiera que un día la encuentre en la vida llorando vencida su triste pasado
pa' escupirle encima todo este desprecio que ensucia mi pecho de amargo rencor.


Como vimos, la traición es un mal que por odio se le ha inferido a nuestro hombre, lo cual provoca que él odie a su vez a quien lo lastimó. De ese odio, derivan toda una serie de afectos malos como ser la ira y la venganza, por los cuales desea devolver el mal que se le ha hecho (EIII, 40, esc; definición de los afectos 36 y 37). Pero, como advierte Spinoza, esto no hace más que conducir a nuestro hombre a una vida miserable (EIV, 46, esc). Puesto que la alegría surgida de imaginar que una cosa que amamos es destruida o afectada de otro mal, no surge sin alguna tristeza del ánimo (EIII, 47) dado el afecto de la conmiseración.


Finalmente, puesto que una sola cosa puede afectar de distintas maneras, es decir que puede ser causa de muchos y hasta contrarios afectos (EIII, 17, esc), aquí es la misma mujer la causa exterior que afecta a nuestro hombre de alegría, cuando éste la imagina correspondiéndole en su amor, y de tristeza, cuando imagina su traición. Ello explica por qué llegando al final del tango el poeta confiese:


La odio por el daño de mi amor deshecho y por una duda que me escarba el pecho.
No repitas nunca lo que vi' a decirte: rencor, tengo miedo de que seas amor.


Este sentimiento de reconcor solía ser amor; y quien es odiado por aquello que ama, padecerá conflicto entre el amor y el odio, es decir, amará y odiará a la vez (EIII, 40, corolario I), como claramente puede verse en este canto.


Ahora bien, el análisis que he intentado hacer en este trabajo me conduce a una serie de interrogantes que puedo ubicar en un doble registro. Por un lado, respecto a la trama misma que aquí se relata, me pregunto si podemos pensar en la posibilidad de tener afectos de afectos, incluso de aquellos contrarios, y ya no de las imágenes de las cosas. El protagonista dedica tres de las cuatro estrofas del canto a su rencor, ¿será que experimenta cierto regocijo por el odio actual que siente por ese viejo amor? ¿Será que ama a su rencor -y ya no a la dama- como “un cuasi-morboso alimento de la tristeza”7? Spinoza nos dice que el amor y el odio son los afectos mismos de la tristeza y la alegría (EIII, 37, dem) pero, ¿contempla en su estudio geométrico la posibilidad de que podemos odiar nuestra alegría o alegrarnos de nuestro odio?


Por otro lado, si consideramos ya no el juego de pasiones que refleja este tango, sino nuestra propia relación con el objeto artístico, surge otro interrogante, a saber: ¿cómo explica Spinoza la alegría que sentimos al escuchar p.e. la letra lastimosa de un tango o al leer una tragedia de Esquilo o al contemplar un cuadro de Munch, a pesar de la tristeza que expresan estas obras? ¿Cómo se concilia la imitación de los afectos -esto es, la tristeza que experimentamos ante la tristeza de un semejante, por ejemplo, el lagrimón que se pianta ante las últimas palabras de Julieta frente al cuerpo muerto de Romeo- con la alegría que produce el conjunto de la obra artística?


¿Será que consideramos buena la música nostálgica, la literatura trágica, la pintura que grita, por ser nosotros “propensos a una suave tristeza o melancolía” (EIV, prefacio)? ¿O será que nos complace la debilidad de nuestros iguales por nuestra naturaleza, tan proclive al odio y la envidia (EIII, 55 esc)?


Más allá de cuál sea la respuesta a estos interrogantes, es bueno que recordemos, para finalizar, que al menos de la música, del teatro y de cosas similares que no implican perjuicio ajeno alguno, el sabio suele gustoso disfrutar (EIV, 55, esc).


NOTAS


1 Ernesto Sábato, “Tango canción de Buenos Aires” en Estudio Preliminar a Horacio Salas, El tango, Planeta, 1999, p. 15.


2 Recordemos, p.e. la muerte de su madre a la edad de 6 años, a dos de sus hermanos, en su juventud la muerte de su madrastra, dos años más tarde la de su padre, luego la excomunión de la sinagoga, la expulsión de la ciudad, el asesinato de sus amigos de Witt, etc.


3 Las citas de la Ética son tomadas de la versión española de Vidal Peña. Baruch Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico (E), introd. trad. y notas Vidal Peña, Orbis Hyspamérica, Buenos Aires, 1983. Indico en números romanos el libro, en números arábigos la proposición, o bien si se trata de un axioma, definición, demostración, corolario, lema, etc.


4 EIII, post II.


5 EIII, 13, esc.


6 EIII, 15. Sin embargo, más adelante Spinoza aclara, cualquier cosa puede odiarse, excepto Dios (EV, 18).


7 Nota 2 de Vidal Peña en Spinoza, Ética..., ed. cit., pág. 248.

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