Ética
III, geométrica y al compás del 2X4
Laura
Martín
El
espíritu que anima el pensamiento ético-metafísico de Spinoza, tal
como queda planteado en la Ética,
lejos está de asemejarse al temple de la música del tango. Mientras
que la propuesta spinoziana se caracteriza por ser una filosofía de
la vida, de la alegría, de la libertad, de la felicidad; la serie de
temáticas que suele abordar el tango encuentra en general su fuente
de inspiración en la muerte, el odio, la nostalgia, la burla, el
desamor. El tango, en palabras de Enrique Santos Discépolo es “un
pensamiento triste que se baila”. O, como claramente ilustra
Ernesto Sábato “un napolitano que baila la tarantela lo hace para
divertirse; el porteño que se baila un tango -en cambio- lo hace
para meditar en su suerte (que generalmente es grela)
o para redondear malos pensamientos sobre la estructura general de la
existencia humana”1.
Spinoza
podría haber tenido una visión pesimista del mundo si atendemos en
especial a los acontecimientos poco felices que enmarcaron su
infancia y su juventud2.
Pero cierra su Ética
exclamando que, a diferencia del ignaro que vive zarandeado por las
causas exteriores, el sabio por ser “consciente de sí mismo, de
Dios y de las cosas (…) siempre posee el contento del ánimo”
(EV, 42, esc)3.
Sin
embargo, a pesar de lo dicho, considero que varias de las
proposiciones que completan la tercera parte de la Ética
bien
podrían conformar todas juntas las estrofas de un tango. O mejor a
la inversa, un tango cualquiera podría ser leído con la guía de un
mapa trazado hace ya más de trescientos años: Ética
III.
La extrapolación es concedida
por el propio Spinoza puesto
que “la naturaleza es siempre la misma” y “son siempre
las mismas, las leyes y reglas naturales según las cuales ocurren
las cosas” (EIII,
prefacio).
Al
llegar puntualmente a la proposición 38 de esta parte, un tango en
especial ha resonado fuertemente en mi cabeza. Ese tango es Rencor
escrito
por el poeta y cineasta Luis César Amadori en el año 1932. Y esta
proposición dice: “Si alguien comenzara a odiar una cosa amada, de
tal modo que su amor quede enteramente suprimido, por esa causa la
odiará más que si nunca la hubiera amado, y con odio tanto mayor
cuanto mayor haya sido antes su amor” (EIII, 38). El análisis de
esta obra desde la óptica spinoziana quizás conduzca, o bien a
verificar la adecuación de un orden geométrico al estudio de las
pasiones humanas, o bien permita al menos sospechar que Amadori se ha
inspirado en Ética
III
para componer su Rencor.
El
tango comienza así:
Rencor,
mi viejo rencor, dejáme olvidar la cobarde traición.
¡No ves que no puedo más, que ya me he secao de tanto llorar!
Dejá que viva otra vez y olvide el dolor que ayer me cacheteó...
Rencor, yo quiero volver a ser lo que fui... Yo quiero vivir...
¡No ves que no puedo más, que ya me he secao de tanto llorar!
Dejá que viva otra vez y olvide el dolor que ayer me cacheteó...
Rencor, yo quiero volver a ser lo que fui... Yo quiero vivir...
“El
cuerpo humano -nos dice el filósofo- puede padecer muchas
mutaciones, sin dejar por ello de retener las impresiones o huellas
de los objetos, y, por consiguiente, las imágenes mismas de las
cosas”4.
El rencor en este caso es generado por el recuerdo o la imagen de
algo que ha afectado al cantor en el pasado, provocando una
disminución de su potencia. Y a pesar de que el alma se esfuerza
cuanto puede en imaginar las cosas que aumentan o favorecen la
potencia de obrar del cuerpo (EIII, 12), él no puede dejar de
recordar esa afección, que le produce un sentimiento triste, puesto
que una huella sigue presente en su cuerpo. De ahí que una cosa
pretérita afecte con la misma intensidad que una presente (EIII,
18). Sin embargo, el grito del final “yo quiero vivir” es la
expresión palpable del conatus,
del esfuerzo de cada cosa por perseverar en el ser (EIII, 6).
Ahora
bien, la traición (cobarde) refleja una actitud de odio contra él,
por tanto, siguiendo a Spinoza, este afecto deberá generar en
nuestro hombre un odio recíproco.
La
siguiente estrofa dice:
Este
odio maldito que llevo en las venas me amarga la vida como una
condena.
El mal que me han hecho es herida abierta que me inunda el pecho de rabia y de hiel.
La odian mis ojos porque la miraron.
Mis labios la odian porque la besaron.
La odio con toda la fuerza de mi alma
y es tan fuerte mi odio como fue mi amor.
El mal que me han hecho es herida abierta que me inunda el pecho de rabia y de hiel.
La odian mis ojos porque la miraron.
Mis labios la odian porque la besaron.
La odio con toda la fuerza de mi alma
y es tan fuerte mi odio como fue mi amor.
Pues
bien, como adelanté,
el rencor se identifica con el odio. Aquello que ayer nuestro hombre
amó intensamente, hoy odia con la misma intensidad. “El odio
-según define el filósofo- es la tristeza acompañada por la idea
de una causa exterior”5.
Y puesto que “cualquier cosa puede ser, por accidente, causa de
alegría, tristeza o deseo”6,
la causa es aquí una mujer. Como vimos, según la mecánica de los
afectos, construida sobre la mecánica de los cuerpos, la cosa
afectante deja en el hombre una huella, que en este caso es semejante
a una herida, que por permanecer abierta continúa causandole
tristeza. Y este odio, es decir, la tristeza que amarga su vida, se
ha vuelto una condena, una incapacidad de obrar, una disminución de
su potencia. No sólo esta huella sino la misma idea o imagen de su
propia impotencia es lo que entristece al cantor (EIII, 55).
Por
otro lado, sabemos por Ética
II, que el cuerpo humano está compuesto de muchísimos individuos de
diversa naturaleza (EII, Lema 3). Según el relato, el objeto
exterior -la dama- ha
chocado contra varias de esas partes constitutivas del individuo (sus
labios, sus ojos) dejando en cada una de esas partes la imagen de su
afección, causándole así antiguo placer, hoy dolor; mientras que,
considerado este hombre en su conjunto, el placer de ayer fue
regocijo y el dolor de hoy melancolía.
El
tango continúa de este modo:
Rencor,
mi viejo rencor, no quiero vivir esta pena sin fin...
Si ya me has muerto una vez ¿por qué llevaré la muerte en mi ser?
Ya sé que no tiene perdón... Ya sé que fue vil y fue cruel su traición...
Por eso, viejo rencor, dejáme vivir por lo que sufrí.
Si ya me has muerto una vez ¿por qué llevaré la muerte en mi ser?
Ya sé que no tiene perdón... Ya sé que fue vil y fue cruel su traición...
Por eso, viejo rencor, dejáme vivir por lo que sufrí.
La
traición es el hecho que provoca que se comience a odiar aquello que
se amaba, con odio tan potente como ha sido el amor. La misma
mecánica de choque entre los cuerpos puede provocar que por
accidente los hombres alteren su sentimientos y pasen de amar a
alguien a traicionarlo.
Luego
de estas primeras estrofas en las cuales el poeta dedica sus versos
al rencor, al odio, a la tristeza, el protagonista del tango emprende
un esfuerzo por imaginar lo que aumenta o favorece la potencia de
obrar de su cuerpo. Y puesto que se alegra aquel que imagina que
aquello que odia se destruye (EIII, 20) o que es afectado de tristeza
(EIII, 23), cambia el tono de su voz, frunce el ceño, levanta la
mirada, y dice:
Dios
quiera que un día la encuentre en la vida llorando vencida su triste
pasado
pa'
escupirle encima todo este desprecio que ensucia mi pecho de amargo
rencor.
Como
vimos, la traición es un mal que por odio se le ha inferido a
nuestro hombre, lo cual provoca que él odie a su vez a quien lo
lastimó. De ese odio, derivan toda una serie de afectos malos como
ser la ira y la venganza, por los cuales desea
devolver el mal que se le ha hecho (EIII, 40, esc; definición de los
afectos 36 y 37). Pero, como advierte Spinoza, esto no hace más que
conducir a nuestro hombre a una vida miserable (EIV, 46, esc). Puesto
que la alegría surgida de imaginar que una cosa que amamos es
destruida o afectada de otro mal, no surge sin alguna tristeza del
ánimo (EIII, 47) dado el afecto de la conmiseración.
Finalmente,
puesto que una sola cosa puede afectar de distintas maneras, es decir
que puede ser causa de muchos y hasta contrarios afectos (EIII, 17,
esc), aquí es la misma mujer la causa exterior que afecta a nuestro
hombre de alegría, cuando éste la imagina correspondiéndole en su
amor, y de tristeza, cuando imagina su traición. Ello explica por
qué llegando al final del tango el poeta confiese:
La
odio por el daño de mi amor deshecho y por una duda que me escarba
el pecho.
No repitas nunca lo que vi' a decirte: rencor, tengo miedo de que seas amor.
No repitas nunca lo que vi' a decirte: rencor, tengo miedo de que seas amor.
Este
sentimiento de reconcor
solía ser amor; y quien es odiado por aquello que ama, padecerá
conflicto entre el amor y el odio, es decir, amará y odiará a la
vez (EIII, 40, corolario I), como claramente puede verse en este
canto.
Ahora
bien, el análisis que he intentado hacer en este trabajo me conduce
a una serie de interrogantes que puedo ubicar en un doble registro.
Por un lado, respecto a la trama misma que aquí se relata, me
pregunto si podemos pensar en la posibilidad de tener afectos de
afectos, incluso de aquellos contrarios, y ya no de las imágenes de
las cosas. El protagonista dedica tres de las cuatro estrofas del
canto a su rencor, ¿será que experimenta cierto regocijo por el
odio actual que siente por ese viejo amor? ¿Será que ama a su
rencor -y ya no a la dama- como “un cuasi-morboso alimento de la
tristeza”7?
Spinoza nos dice que el amor y el odio son los afectos mismos de la
tristeza y la alegría (EIII, 37, dem) pero, ¿contempla en su
estudio geométrico la posibilidad de que podemos odiar nuestra
alegría o alegrarnos de nuestro odio?
Por
otro lado, si consideramos ya no el juego de pasiones que refleja
este tango, sino nuestra propia relación con el objeto artístico,
surge otro interrogante, a saber: ¿cómo explica Spinoza la alegría
que sentimos al escuchar p.e. la letra lastimosa de un tango o al
leer una tragedia de Esquilo o al contemplar un cuadro de Munch, a
pesar de la tristeza que expresan estas obras? ¿Cómo se concilia la
imitación de los afectos -esto es, la tristeza que experimentamos
ante la tristeza de un semejante, por ejemplo, el lagrimón que se
pianta ante las últimas palabras de Julieta frente al cuerpo muerto
de Romeo- con la alegría que produce el conjunto de la obra
artística?
¿Será
que consideramos buena la música nostálgica, la literatura trágica,
la pintura que grita, por ser nosotros “propensos a una suave
tristeza o melancolía” (EIV, prefacio)? ¿O será que nos complace
la debilidad de nuestros iguales por nuestra naturaleza, tan proclive
al odio y la envidia (EIII, 55 esc)?
Más
allá de cuál sea la respuesta a estos interrogantes, es bueno que
recordemos, para finalizar, que al menos de la música, del teatro y
de cosas similares que no implican perjuicio ajeno alguno, el sabio
suele gustoso disfrutar (EIV, 55, esc).
NOTAS
1
Ernesto Sábato, “Tango canción de Buenos Aires” en Estudio
Preliminar a Horacio Salas, El
tango, Planeta, 1999, p.
15.
2
Recordemos, p.e. la muerte de su madre a la edad de 6 años, a dos
de sus hermanos, en su juventud la muerte de su madrastra, dos años
más tarde la de su padre, luego la excomunión de la sinagoga, la
expulsión de la ciudad, el asesinato de sus amigos de Witt, etc.
3
Las citas de la Ética
son tomadas de la versión española de Vidal Peña. Baruch Spinoza,
Ética demostrada según el
orden geométrico (E),
introd. trad. y notas Vidal Peña, Orbis Hyspamérica, Buenos Aires,
1983. Indico en números romanos el libro, en números arábigos la
proposición, o bien si se trata de un axioma, definición,
demostración, corolario, lema, etc.
4
EIII, post II.
5
EIII,
13, esc.
6
EIII,
15. Sin embargo, más adelante Spinoza aclara, cualquier cosa puede
odiarse, excepto Dios (EV, 18).
7
Nota 2 de Vidal Peña en Spinoza, Ética...,
ed. cit., pág. 248.
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