Baruch Spinoza (1632-1670)

miércoles, 22 de febrero de 2012

Retener la huella en la geometría de los afectos - Claudia María de los Ángeles Aguilar

Las cosas exteriores nos afectan, puedo partir de ese factum, pero ahora, ¿qué sucede después de eso? ¿Qué nos pasa luego de una afección? ¿Cuánto tiempo nos afecta? Según Baruj el cuerpo puede padecer muchas mutaciones, sin dejar de retener las huellas de los objetos, y por eso las imágenes mismas de las cosas. Puedo pensar entonces que una huella es retenida por un tiempo indefinido y, puesto que cuerpo y alma son una sola y misma cosa, la huella corporal que deja un objeto vista desde el atributo de la extensión es la imagen de la cosa, desde el atributo pensamiento. Es así que si el cuerpo experimenta una afección, el alma considera dicho cuerpo exterior como existente en acto, hasta que otra afección excluya la existencia de ese cuerpo, es decir, el alma imagina a la cosa como presente. Es así que no podríamos ser habitantes del planeta llamado Tlon, pues al describir al mismo Borges afirma: “Spinoza atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión y del pensamiento; nadie comprendería en Tlon la yuxtaposición del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo- que es un sinónimo perfecto del cosmos. Dicho con otras palabras. No conciben que lo espacial perdure en el tiempo” (Borges, J.L., Ficciones, Ed. Alianza, Buenos Aires, 2008, pp.24-25). La propuesta del holandés es la opuesta, la huella podría llegar a ser indeleble al paso del tiempo.
En segundo lugar, una podría pensar que hay una degradación de una afección pasada en comparación con una presente, que al mismo paso de la duración marcha la desintegración de la huella, que el tiempo sería esa ola nocturna que llega a la orilla borrando las marcas del día. En este caso una pasión triste sería pasajera, y eso me sería de gran consuelo; pero  Spinoza me lo arrebata afirmando que el hombre es afectado por la imagen de una cosa pretérita con el mismo afecto de alegría o tristeza que por la imagen de una cosa presente. Parecería que la forma inadecuada de medir la duración, no tiene incidencias en este asunto, pudiendo las agujas del reloj dar tantas vueltas como quieran sin causar modificación alguna. Por lo tanto no hay una degradación del afecto por referirse a una cosa pasada, ésta me puede generar la misma alegría o la misma tristeza que una cosa que me afecte y esté verdaderamente existente en acto. Es como si habitara en un pasado siempre presente, como si se tratase de un vestigio actual independiente de nuestro arbitrio, una huella imperturbable al paso del tiempo.
  Para darle más concreción al asunto tomemos un ejemplo,  en el caso de una pérdida ésta impide considerar lo real de la duración, enfocándonos en aquel afecto a pesar de que disminuya nuestra potencia de obrar, a pesar de que nos entristezca, enfocándonos en la pérdida más allá del paso del tiempo. Me deja entonces como situada en un personaje de Dickens, aquella mujer de Great expectations que tras la pérdida de un ser amado no puede dejar de considerar como presente aquel momento, a pesar de que eso disminuya su potencia de obrar, a pesar de que la tristeza la carcoma en cuerpo y alma. Entonces, ¿así nos encontramos?  ¿Cómo si el reloj hubiese parado a una determinada hora de un tiempo lejano? Al menos cabe la posibilidad de permanecer, al igual que Miss Havisham,  en una habitación fuera del tiempo, inmersos en un pasado-actual que al igual que ella no podríamos superar. En este caso, este pasado no pierde su capacidad de afectarnos, y va tiñendo de un triste tinte amarillo nuestro blanco presente. 
Ahora bien, esto me genera cierto conflicto, porque más allá de la majestuosidad  del holandés para exponer la geometría de los afectos hay que considerar que si las cosas que imagina el alma, si las huellas que retiene el cuerpo, en ciertos casos disminuyen la potencia de actuar, como en el caso ya mencionado de una pérdida ¿Cómo se concilia lo anterior con el hecho de que el alma se esfuerza, cuanto puede, en imaginar las cosas que aumentan o favorecen la potencia de obrar del cuerpo? ¿Es un morbo absurdo entonces el hecho de retener una huella que disminuya la potencia de actuar? ¿No debería el alma esforzarse por acordarse de otras que excluyan la existencia de aquellas? Puesto que esto es lo que se afirma en la proposición XIII ¿Qué pasa si tales cosas que excluyen la existencia de lo que nos entristece no existen? Y esto es más fuerte todavía ya que siquiera la presencia de lo verdadero puede desvanecer la imagen de esa cosa que nos entristece, necesitamos sí o sí de imaginaciones más fuertes que excluyan la existencia de lo que nos produce tristeza. En este ámbito la razón no tiene jurisprudencia. ¿Debemos entonces comportarnos como un Funes memorioso, pero sólo en relación a lo que nos alegra? ¿Es esto posible sin postular una voluntad como facultad en sentido fuerte?
Pensándolo bien, es más que un conflicto es una paradoja, lo cual no tiene nada de terrible. Pues, ¿Quién quiere un pensador sin paradojas? Yo, particularmente ¡No! Permítanme concederle a Kierkegaard que la paradoja es la pasión del pensamiento (aunque acá la palabra pasión tome un sentido  distinto al spinocista), y además, un pensador sin paradojas es un mediocre, cosa de la que nuestro autor está muy lejos.
La posibilidad de retención de la huella se acentúa más aún si consideramos que la facultad de imaginar no es libre, en este caso no hay una voluntad libre otorgada por un Dios trascendente, una voluntad que me auxiliaría y decidiría no imaginar ese cuerpo como presente. No cae bajo la potestad del alma el acordarse u olvidarse de alguna cosa. Esto nos lleva a un nuevo problema, ya que, si bien se plantea que las huellas de los objetos no dependen de un libre arbitrio, y por consiguiente tampoco sus imágenes, ¿Cómo es posible que luego simplemente se afirme que el alma tiene aversión a imaginar lo que disminuye o reprime su potencia y la del cuerpo? Como de hecho sucede en el corolario a la Proposición XIII. Sinceramente es un problema que me excede.
¿A qué nos lleva lo anterior?  Si es que nos lleva a algo, ¿a desarticular la paradoja? No, y no pretendía eso, ni  mucho menos. Es más, varias proposiciones de la cuarta parte de la Ética van atenuando el planteo, y habrá muchas maneras de mitigar la tensión, pero el hecho es que la tensión está. Incluso en esta parte cuando se afirma que a un objeto lo imaginamos a una cierta distancia del presente, aparece la posibilidad de que una pasión quede adherida al hombre.
Buscándole la otra cara al planteo, intento ver si esta luna tiene un lugar claro para poder habitar allí. En un momento mis compañeros me propusieron pensar la misma situación pero en un sentido positivo. Dado el ejemplo de la cosa pretérita que genera la misma tristeza que una cosa presente, ¿podríamos pensar un ejemplo para el caso opuesto? Es decir, si es posible que una cosa pretérita genere el mismo afecto de alegría que una cosa presente. Y paradójicamente esto me entristece porque todavía estoy en la búsqueda de ese ejemplo.
Por otro lado, considerando que varios individuos pueden conformar un único cuerpo, ¿cuáles podrían ser las consecuencias políticas del hecho de que la huella corporal pueda ser retenida por un tiempo indefinido? Si pensamos al Estado como un único cuerpo ¿cuál sería la eficacia de una herida que no subsana? Claramente no se seguiría, al menos de esta parte, una política del olvido.

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