Baruch Spinoza (1632-1670)

lunes, 27 de diciembre de 2010

Haciendo Spinoza - Valeria G. Rizzo Rodriguez


Introducción

Viejas e insistentes inquietudes.

Desde la primera vez que leí la Ética, desde la primera página, hasta la última vez, hasta la última página, no pude dejar de sentir, como telón de fondo de todos los debates, de todas las lecturas, de todos los ataques y de todos los ensayos de defensa que emprendí, que siempre había algo que se me escapaba. No pude dejar de sentir que había algo así como una clave secreta que, al encontrarla, me daría pleno acceso al intrincado sistema spinoziano. Sin embargo, ¿acaso habría una clave? Y si la hubiera, ¿dónde buscarla?

Podrán acusarme de testaruda o de necia, pero poco me importa. Todo lo que sé es que tengo como compañera una genuina duda, que se está volviendo un verdadero estorbo entre Spinoza y yo. Por lo mismo, paralelo a todo otro trabajo, he decidido emprender la misión de su pronta aniquilación, con sumo cuidado y sumo placer. He decidido dejar de dudar. Claro que no puedo decir en qué estado quedará el mismo Spinoza, ante mis ojos, luego de la concreción de este humilde proyecto. Será un pedestal o será el polvo. ¿Tendré que abandonar el grupo?

En fin, esta vieja inquietud está íntimamente relacionada, entre otras cosas, con las definiciones que nos ofrece la Primera Parte de la Ética y las pruebas de Dios, que se encuentran en la Proposición XI de la misma parte. En otras palabras, si hay una clave secreta, para mí, está en la comprensión de tales cuestiones.

Desde un comienzo, lo que me interesa dilucidar es cuánto de nominalismo o de compromiso ontológico hay, por parte de Spinoza, con las definiciones, y particularmente, con la de Dios. Y, en el caso de que efectivamente haya un compromiso con lo definido, cómo se concilia esto con las pruebas de Dios. ¿Se tratan de pruebas de existencia o de existencia necesaria? Además, si, según el mismo Spinoza, tal existencia es, o debería ser, del orden de lo axiomático para cualquiera que piensa con claridad, cómo es que, aún así, la prueba; cómo es que existe una demostración de un axioma, sin caer en contradicción, sin caer en la disyuntiva de que o es un axioma y es indemostrable, o es demostrable, pero no es un axioma.

Para cerrar, tengo que confesar que la idea de salvarlo por el lado de la prueba de existencia necesaria me resulta muy tentadora, aunque no me termina de convencer.

Como si algo en mí se resistiera y quisiera hundirlo…

 Capítulo I

Arduas lecturas, ensayos varios y conclusiones parciales.

En un comienzo, consideraba esta cuestión como extremadamente problemática, puesto que entendía que para llegar a una aceptación y comprensión, si no plenas, al menos, buenas, del sistema spinoziano, no debían quedar cabos sueltos en el camino. Y que la parte más importante, el núcleo, de la ontología de Spinoza me resultara arbitrario o mal logrado me parecía inadmisible.

Entonces comencé a leer cada uno de los artículos sobre la cuestión que llegaban a mis manos y a discutir sobre el tema con cada una de las personas que se prestaban al diálogo.
Así fue como empecé a sopesar distintas explicaciones posibles. Por ejemplo, que uno encuentre arbitrarias las definiciones porque, a diferencia de lo que sucede con Descartes, no contamos con el ascenso y el descenso argumental, es decir, la Ética vendría a representar sólo el momento sintético (de descenso), mientras que no contamos con el momento analítico, el momento en que se nos clarificaría el porqué de definir, entre otras cosas, a Dios de la manera en que se lo define. Llegué a la conclusión, entonces, de que esto sería algo que uno mismo, como lector, debería reponer.

Pensé en dos caminos: buscar en los otros escritos del mismo autor, algunas piezas que, al menos, ayudaran a completar el panorama; o tratar, por decirlo de alguna manera, de ponerme en la piel de Spinoza y ver qué camino él había seguido con mis propios ojos. Ambas tareas fueron muy poco fructíferas. La primera, quedo inconclusa, luego de dos abrumantes lecturas del epistolario del filósofo, después de las cuales sólo conseguí un hermoso compendio de frases antispinocistas escritas por la pluma del mismo Spinoza. La segunda, me resultó un cúmulo de meras suposiciones casi sin fundamento, contando entre los textos leídos, incluso con la biografía del holandés escrita por Gebhardt.

Luego, pasé a pensar en la polémica del nominalismo versus el compromiso ontológico, y todo el tema de las definiciones genéticas. Ambas partes de la polémica me resultaron bastante poco felices, quiero decir, midiendo los pro y los contra de las dos, no pude encontrar ninguna que me cerrara del todo. Consideré, primero, que el nominalismo resultaba bueno en el siguiente sentido: siendo meras definiciones, sin ninguna consideración de existencia, las pruebas de Dios en la proposición XI, adquirían una mayor necesidad en tanto pruebas, o demostraciones, de algo. Es decir, se hacía menos contradictorio el probar la existencia de Dios. De todas formas, descarté el nominalismo, ya que seguía dejando irresolutos algunos problemas: la arbitrariedad de lo incluido como características esenciales de lo definido y la calificación de axioma que Spinoza le otorga a la necesidad de la existencia de la sustancia (Prop. VII de la Primera Parte), es decir, de Dios (por la definición de Dios), volviéndola entonces, indemostrable, pero aún así demostrándola (Prop. XI).

Me parece importante aclarar en este punto, que el tema de la "axiomatización de la existencia" me resultaba crucial, en tanto lo percibía como sumamente paradójico. Puesto que, por más que él aclare que, para quien piensa realmente de manera clara y distinta, una demostración es completamente innecesaria (y por lo tanto, se trata de un axioma, cosa que por otro lado, dice explícitamente) y que la demostración la hace sólo para aquellos que confunden todo, si realmente se trata de un axioma, entonces es absolutamente indemostrable, y no puede ni siquiera admitir algo así como "demostraciones selectivas", ya que lo esencial del carácter axiomático es el ser totalmente indemostrable. De otra forma, no podría haber progreso en el conocimiento, puesto que quedaría abierta la puerta a una regresión al infinito.

Por otro lado, en lo que respecta al compromiso ontológico, consideraba que si realmente lo había, entonces se reforzaría el conflicto que presenta el rótulo de axioma dado a Dios y su existencia. Ya que un compromiso tal implicaría (al menos, así lo comprendía en ese momento) una afirmación de existencia, haciendo que la demostración de la misma resultara innecesaria.

Por lo mismo me volqué a contemplar la posibilidad de que se trataran de pruebas de existencia necesaria. Es decir, la existencia de Dios no sería la que está en entredicho, sino, en todo caso, la necesidad de la misma. Y sería ésta la que se está demostrando en la Proposición XI.

Acá, cuando creía que estaba a punto de resolver el misterio, o mejor dicho, de encontrar esa misteriosa clave que tanto anhelaba, se me vino a la cabeza un tema importante, pero que, en medio de tantas deliberaciones, había dejado distraídamente de lado: la definición genética, es decir, una definición cuyo carácter primordial es constructivo, y no meramente cualitativo ni cuantitativo.
Dado este tipo de definición, consideré que realmente había un compromiso ontológico con todo lo definido por parte de Spinoza, puesto que, entre otras cosas, construir algo es darle a ese algo entidad, peso, realidad. Y que, por lo mismo, para Spinoza, todo estaba dicho y hecho desde un comienzo. Las demostraciones no me resultaban más que "informaciones" y su verdadera función se me asemejaba la de un escudo: pura defensa. Un laberinto analíticamente intrincado, preparado para desalentar a cualquiera que emprendiera un ataque destructivo contra la fortaleza del sistema spinocista...y para encerrar en la misma a todo aquel que, con toda atención y predisposición, se adentrara en ella. ¿Un excelente defensor de sus creencias?

Llegando al final del recorrido, noté, entonces, que la incógnita que me había movilizado en un principio permanecía incognoscible, sin embargo, ya no me resultaba tan inquietante. Seguía percibiendo las mismas contradicciones (lógicas) que antes, las mismas paradojas, pero ya había caído en la cuenta de que el trabajo que verdaderamente (me) importa no es el desglose analítico frase por frase, palabra por palabra; trabajo que sólo agota el pensamiento y desarma el verdaderamente productivo, a mi entender, trabajo filosófico. Es decir, no es que valga todo, ni que no importe la coherencia, pero se trata más bien de una coherencia práctica, de una vitalidad del pensar/hacer, de una efectividad, porqué no decirlo así, ética, política…

(Sin embargo, si alguno tiene alguna idea, que colabore en la resolución, en el rearmado del mapa del comienzo de la ontología spinocista, es más que bienvenido…La espina siempre queda.)

 Capítulo II
Antología fragmentada del devenir spinocista (o antiespinocista, ¿quién sabe?) de mi propio pensamiento (y sentimiento):

            06 de abril de 2009. Cuestión del nominalismo: “Las definiciones me suenan arbitrarias a más no poder. ¿Por qué define lo que define exactamente como lo define y no de otra manera? Pareciera que la única explicación posible es que este buen hombre ya sabe de antemano lo que quiere, aunque escriba todo un apéndice rechazando el finalismo (las famosas “causas finales”), y comienza la Ética, no sólo sabiendo cómo termina, sino también cómo quiere que termine. No le encuentro el error a tal postura, sin embargo, no me cierra, la percibo tramposa y poco transparente, poco… “ética”. Pero no encuentro contradicción. Después de todo, uno escribe para (¡qué mal suena este “para” en Spinoza!) expresar algo, una convicción. No se puede dudar de la propia convicción. Eso sí sería contradictorio. Es sólo que Spinoza quiere demostrarla geométricamente, es decir, como si se tratara de una verdad exacta, universal, irrefutable…matemática. Me suena pretencioso, me dificulta la entrada. Problema mío, supongo (o de mi época tal vez, tan reacia a los sistemas de pensamiento cerrados).”

            12 de abril de 2009. Cuestión del compromiso ontológico: “Es básico. Si ya hay un compromiso con la existencia de lo que define, ¿qué sentido tienen las demostraciones? Me sorprende. O hay algo que se me está escapando del todo, o Spinoza es un chanta. ¡Cómo puede ser tan difícil de entender! Si todo lo que plantea es tan convincente como dice, ¿cuál es la necesidad de tanta demostración? Él mismo atenta contra la claridad y evidencia que asegura que sus definiciones, axiomas y varias de sus proposiciones tienen. ¡Ah, sí, ya sé! Tiene que demostrar todo porque la gente está llena de prejuicios, supersticiones, creencias erróneas. Les falta claridad, sus mentes están llenas de ideas confusas y mutiladas. ¿Cómo puede ser que siempre me olvide del Apéndice? De todas formas, es extraño: un factor externo es el que da cuenta del funcionamiento interno del sistema. Funcionamiento que, por otro lado, diciéndose matemático, por momentos, lo es bastante poco.”

            10 de mayo de 2009. Cuestión de la definición genética: “Es una opción tentadora. No es arbitrario, es constructivo. A medida que define, construye lo definido. A cada proposición, un ladrillo más en el edificio ético. El compromiso ontológico no sería anterior, sino que estaría en el hacer ético mismo. Una “convicción activa”, por decirlo de alguna manera. Pero es raro, aún así hay algo que se me escabulle, que no llego a comprender. Si hay una génesis de la definición y, por lo tanto, de lo definido, ¿entonces antes no habría nada? ¿Y si en lugar de ser un construir, fuese más bien un desvelar? No sé.”

            19 de marzo de 2010. “Es tan difícil captar el proceso latente que hay detrás del producto (o resultado, o conclusión) ya terminado, cuando, en realidad, es el proceso lo más interesante, lo más afín al reflexionar filosófico. Sobre todo en este caso, en el que la esencia más profunda del sistema está constituida por la dinámica y la acción. El formato “geométrico”  lo vuelve todo tan estático, concluso, hermético. Casi críptico. Opaca lo más fructífero de la obra y me la vuelve inaccesible.” 

            10 de junio de 2010. En este momento, podría citar un fragmento relacionado con lo que podría llamarse “cuestión del arrebato de ira contra Spinoza”. Arrebato que no responde más que a la tensión constate entre amor y odio que me asalta cada vez que lo leo, lo discuto, lo pienso, incluso, lo vivo. Pero no hace falta, varios de los aquí presentes sabemos muy bien qué clase de groserías y vociferaciones ocasiona, sobre todo, al comienzo, la lectura del buenazo de Baruch. Hemos, o por lo menos, he degustado toda clase de palabras gruesas, con mucha “p” y muchísima” “r”; tremendas palabrotas, cuya fuente se encuentra concentradamente dispersa a lo largo, lo ancho, lo alto, lo profundo, lo tridimensional y lo geométrico de la Ética. Sobre todo, lo geométrico de la Ética.

23 de junio de 2010. Para mí, no hay muchas más vueltas, lo realmente bueno (y malo), lo efectivo (y frustrante, de vez en cuando) de Spinoza es que, en muchísimos aspectos, resulta indecidible. Es esta maravillosa cualidad filosófica la que posibilita el trabajo constructivo, tanto en el pensamiento como en la práctica, la constante apertura (por cerrado que parezca) a constantes actualizaciones y resignificaciones en muchos y más variados ámbitos que el meramente conceptual.

Y es que, tal vez, la realidad sí es spinocista. Tal vez, Spinoza tuvo la suficiente agudeza como para captar verdaderamente “de qué va la historia”.

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